LA PARABOLA DEL BUEN PASTOR Y LAS OVEJAS 2.0

Había un pastor que tenía un rebaño de ovejas muy numeroso, todas eran blancas excepto una que era negra, el pastor tenía perros que ladraban mucho y mantenían la formación del rebaño cuando las sacaba a pastar al monte.

He aquí que este pastor solía reunirse con otros “buenos” pastores y estos le aconsejaban como debía ser un buen pastor, para ellos un buen pastor debía tener muy controlado a su rebaño, sacarle el máximo beneficio posible y tener tiempo para llevar una vida cómoda y confortable. Los pastores se mofaban de él porque no tenía tiempo de ir al bar con ellos o dar largos paseos disfrutando de los paisajes.

El pastor aceptó los consejos de estos “buenos” pastores.

Ya no subía con el rebaño a las partes más altas donde los prados eran más verdes y abundantes por el efecto de las nubes y la humedad, apenas avanzaban fuera del corral para comer unos pocos rastrojos secos que no acababan de saciar el hambre del rebaño.

Si una oveja se perdía y esta había ido muy lejos, lo que le quitaría mucho tiempo al pastor y puesto que tenía muchas no le daba importancia y la dejaba a su suerte por los yermos campos.

Las ovejas eran trasquiladas más veces de lo habitual, para poder vender más lana, incluso en invierno, las famélicas ovejas se apretujaban unas contra otras para dar calor y soportar las inclemencias de las lluvias y el rugir de sus estómagos, por la noche no eran usuales los aullidos de los perros sino el llanto de las ovejas.

Las ovejas más débiles eran sacrificadas y su carne vendida para que el pastor siempre tuviera algunas monedas que gastar con los otros “buenos pastores” en el bar.

Las crías tenían poca leche para alimentarse por la desnutrición de sus madres y de esa poca leche la mayoría la cogía el pastor para elaborar quesos y poder venderlos.

Durante ese tiempo la oveja negra no sufría las penalidades de sus hermanas, era tozuda y desobediente incluso a los ladridos amenazantes de los perros, incluso más de una vez algún podenco se llevó una coz del animal. Se iba a los pastos más altos para comer, huía del trasquilado invernal y por las noches bajaba al establo para estar con sus hermanas. A la oveja negra la distinguía aparte de su color con respecto a sus hermanas de rebaño, el hecho de que estaba bien alimentada y con su lana. Se paseada al lado de sus hermanas y rozaba su cuerpo contra ellas para darles calor, animo y secar sus húmedas carnes del frió tiempo nocturno.

Poco a poco las hermanas ovejas se dieron cuenta de su situación y algunas se sumaron a la forma de ser de la oveja negra, el resto seguía teniendo miedo al ladrido de los perros y al bastón del pastor. El pastor no le dio importancia porque todavía tenía muchas ovejas a las que esquilmar y sacar beneficios para pagarle las rondas a sus amigos, los “buenos” pastores así que lo dejó pasar.

Por las noches esas ovejas bien alimentadas y con abundante lana bajaban a consolar y animar al resto de sus hermanas, darles calor y apoyo.

Una noche las ovejas del rebaño estaban muy débiles y hambrientas, el dolor de los estómagos era insoportable, ese día se dieron cuenta de su condición y ocurrió, muchas tiraron la valla y subieron a los ricos montes, otras se enfadaron, los ojos inyectados en sangre buscaron saciar su dolor de justicia ante su situación, se convirtieron en feroces lobos y como manada furiosa devoraron a los pocos perros que cuidaban la valla, tiraron abajo la puerta de la casa del pastor y lo destrozaron a mordiscos, de nada sirvieron los gritos y promesas de cambio del pastor y mientras por el valle resonaban los desgarradores gritos del pastor y del resto de pastores “buenos” que veían como sus ovejas se rebelaban por todos los establos para convertirse en furiosos lobos dispuestos a devolver el mal recibido, un grupo de ovejas partía a comer los pastos de arriba de la montaña...